Cartas desde Iwo Jima: El espejo japonés
Luego de la estupenda La conquista del honor, Clint Eastwood vuelve a sorprender con una cinta incluso mejor: Cartas desde Iwo Jima (2006), enfocada en la perspectiva japonesa de la sangrienta batalla ocurrida en el marco de la segunda guerra mundial. Si La conquista del honor era una película que mostraba las consecuencias de la manipulación de una fotografía por parte del gobierno norteamericano y a través de ello intentaba desmitificar la figura del héroe, Cartas desde Iwo Jima demuestra que bajo cualquier punto de vista toda guerra es un absurdo, y pretende interiorizar en el espectador la obviedad casi completamente olvidada de que la condición humana no es privativa de una sola nación.
Algunas décadas después de la guerra, son encontradas bajo tierra muchas de las cartas escritas en medio de la batalla por el general japonés Tadamichi Kuribayashi. Ocultas en esa isla inerte, las cartas operan como un elemento reivindicador de la humanidad, pues contienen la memoria de Kuribayashi, sus sentimientos más profundos, y la situación excepcional que vive junto a sus soldados. Eastwood se vale de esta oposición entre lo destruido y lo que permanece para rescatar el valor humano de individuos de una cultura distinta que parecía haber quedado sepultada tras perder la guerra. La película abunda, pues, en contrastes entre lo vital y lo extinto. Por ejemplo, el contraste entre las escenas de candidez y distracción que viven los soldados antes del ataque norteamericano, y las estremecedoras escenas de suicidio de los mandos japoneses. Hay igualmente otro gran contraste entre aquellas fosas y túneles cavados, escenarios que anuncian la inminente llegada de la muerte, y el espacio abierto del mar y sus orillas, ganados por el ejército enemigo. E incluso entre el General Kuribayashi, con esa aparente serenidad que demuestra frente a sus subordinados, y aquellos novatos soldados japoneses que transitan por esos pasadizos subterráneos entre el estallido de las bombas, la incomprensión absoluta de lo que acontece en la isla y el horror ante la proximidad de la muerte. El General japonés Kuribayashi es quien tiene la responsabilidad de elaborar constantes estrategias de resistencia japonesa, con frecuencia entre la admiración y la desconfianza de sus subordinados. Tarea harto difícil, pues debe cargar sobre sus hombros las ya sentenciadas vidas de sus hombres, en quienes se manifiesta el temor humano frente a la muerte. Kuribayashi, aunque no lo exterioriza, siente lo mismo que ellos. Pero aunque sabe que será vencido, su verdadero drama consiste en desear una derrota lo más digna posible. Resulta interesante comparar a este personaje con soldados de rango inferior, como Saigo. A diferencia de Kuribayashi, quien sabe perfectamente su papel en la batalla, Saigo es solo un panadero enviado a la guerra que deambula sin una noción clara del por qué de la guerra ni del por qué del rol que juega en el enfrentamiento. Filmada con un tono sobrio y taciturno, Cartas desde Iwo Jima consigue en ciertos pasajes un vuelo lírico memorable. La cinta transcurre en gran medida en los túneles al interior del monte Suribachi, lo que le otorga una sensación de opresión y claustrofobia que beneficia mucho a la narración. Asimismo, la trama se teje sobre la base de las acciones bélicas en la isla de Iwo Jima (que es un gran flashback) y, a partir de ella, a través de las historias de algunos miembros de las huestes japonesas (que son pequeñas vueltas al pasado). Acerca del enfoque de la trama, la intención del director es bastante clara: ésta y su anterior cinta guardan una profunda relación de complementariedad: en La conquista del honor, Eastwood se centraba en el lado americano y no mostraba al ejército japonés. No por desinterés, sino por todo lo contrario: ocultar al enemigo para mostrarlo sin reservas en Cartas desde Iwo Jima es un golpe de efecto genial que sirve para hacer reaccionar y reflexionar al espectador frente la naturaleza humana del “enemigo”. El proyecto de Clint Eastwood guarda prudente distancia de aquella legión de películas americanas de guerra en las que se narra desde un solo punto de vista, se caricaturiza al enemigo y se pretende hacer aflorar en el espectador un sentimiento patriótico de enfrentamiento continuo y de supremacía frente a los demás. Sucede que, aunque filme sobre una batalla plagada de violencia y muerte, ambas cintas de Eastwood no son propiamente películas de guerra, o, mejor: no son tan solo películas de guerra. Sucede que, aunque en sus dos últimos filmes narre hechos del pasado, en realidad está hablando siempre del actual momento que vivimos. Por ello, el proyecto de Eastwood se erige como una inteligente denuncia —de un notable artista desde los predios mismos del arte— del absurdo conflicto bélico desatado alrededor del mundo y protagonizado brutalmente por el gobierno de su país.